Hasta
el viento se alía con González soplando en todo momento suave, cuando no
favorable...la felicidad le invade. Intenta degustar cada kilómetro, cada
minuto, cada pedalada...
Parece
que incluso en un día así uno ande mas, y González, cuyos días de gloria sobre
las dos ruedas acabaron tan pronto empezó su matrimonio, aún sueña en aquel
golpe de pedal, hoy tan lejano como idealizado.
Pero
todo lo bueno acaba, y la salida entra en su recta final, aunque dará un
pequeño rodeo y subirá ese puertecito que antaño era su base de operaciones en
los entrenos pre competición.
Los
kilómetros pesan en las piernas, la distancia recorrida sobrepasa en mucho la
habitual que realiza González, pero no importa, ese tramo es para disfrutar
lentamente del paso del asfalto bajo las ruedas, oxigenar los pulmones en el
denso pinar que acompaña a la subida...en definitiva vivir la bicicleta, sentirla.
Un
giro a la derecha y en apenas un kilómetro empieza la ascensión. González se
percata que no va solo, en el cruce le ha alcanzado otro ciclista, esta
circunstancia no disgusta a González al contrario, piensa que puede ser un
buen compañero de subida, un poco de charla, una rueda amiga...pero González se equivoca.
El
ciclista pasa altivo a González, ni un saludo, ni un gesto, algo que a González le disgusta. Él siempre ha guardado las formas con los otros compañeros de
ruta, le gusta la camaradería ciclista...pero este tipo parece que vaya
enfadado con el mundo.
Observa González que el ritmo que mantiene el otro ciclista es el idóneo, si se queda
a su rueda va a ir en el punto perfecto entre el esfuerzo, la velocidad y las
fuerzas que le quedan...mas deprisa sería un gasto excesivo de unas fuerzas ya
casi inexistentes y rodar mas despacio le supondría prolongar la salida un
tiempo que no es conveniente para la convivencia familiar.
No
hay duda, González se sitúa a la rueda del otro ciclista e intenta dejarse
llevar...pero algo con lo que no contaba González va a perturbar los kilómetros
que le quedan...
Un
hedor insufrible emana del otro ciclista, horrorizado comprueba que es de esa
especie ciclista que no sabe lo que es lavar la ropa tras una salida y que
llevan la ropa sudada y sucia hasta que ella, por si sola, accede a la
lavadora.
Igual que los anillos de los árboles marcan su crecimiento, los cercos de sudor en el culotte delatan al marrano, González cuenta los días que ese culotte lleva sin
pasar por el agua, dos, tres, cuatro...¡¡¡cinco!!! cinco días sin lavar la
ropa, cinco días rodando con el mismo culotte, cinco días sudando el mismo
maillot...
Y
es que González asume que en un pelotón hay quien por razones naturales emana
unos aromas bastante desagradables, pero bastante desgracia tiene al que esto
le ocurre. Bien distinto es quien por dejadez o simplemente amor a la suciedad, decide castigar al resto con su repugnante olor.
Y
ese olor, circulando a rueda, le alcanza de pleno. Ni la presencia del pinar
aminora los nefastos aromas del otro ciclista. Incluso el frescor, que siempre
acompaña a esta ruta, parece huir...
González decide oxigenarse y adelantar al ciclista, no es lo mas conveniente para sus energías, pero no puede seguir detrás del compañero de ruta.
El
adelantamiento parece no agradar al otro ciclista, que tan pronto es adelantado
por González se abre para pasar y recuperar la posición de cabeza... al momento
es González quien realiza esta acción y se pone delante...
Comienza
un carrousel sin fin donde la velocidad se eleva mas y mas. Ninguno cede, ni
quiere ceder...uno por orgullo otro por necesidad.
Pasan
los kilómetros, la subida se consume, pero más consumidas están las energías de
ambos...
Poco
a poco la velocidad desciende, pero siguen en el carrousel, observándose,
esperando la muestra de debilidad que les permita atacar al rival y marcharse
sin oposición... el instante nunca llega...
Y
el ascenso está a punto de concluir, ya solo quedarán unos pocos kilómetros, la
mayoría de ellos en claro descenso, excepto un par de ellos que discurren en
plano y callejeando. Ninguno ataca, no pueden, exhaustos solo desean acabar esa
subida, tan siquiera se miran, circulan en paralelo, uno en cada extremo de la calzada, suerte que esta
ruta es muy poco transitada por coches.
Coronan,
no hay disputa, no hay vencedor, no hay vencido...solo cansancio, solo
agotamiento. Y en estas circunstancias el descenso es mas peligroso, la
prudencia debe mandar, así que González deja al otro ciclista que tome ventaja,
la velocidad del descenso disipa, en parte, el olor que emana el rival...pero
no desaparece.
Por
fin, el otro ciclista toma el cruce que le separa de la ruta de González...
Y González toma aire como si en ello le fuera la vida, no le molesta el
concentrado de humo compuesto de la combustión del gasoil y la gasolina que se
respira entre los coches...y recuerda González que tampoco le incomodó el aroma
de los fiemos utilizados como fertilizante en los campos...y tampoco le
incomodó el olor de las granjas de la zona sur...solo le molestó el olor del
ciclista...
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