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lunes, 24 de noviembre de 2014

AROMAS

Vaya mañana tan fantástica, la primavera está en su periodo mas cálido pero sin llegar al agobio del verano. Rodar así es un placer para González. Un magnífico día libre para disfrutar de la bicicleta sin agobios sin horarios, solo pedaleando por el placer de pedalear.
Hasta el viento se alía con González soplando en todo momento suave, cuando no favorable...la felicidad le invade. Intenta degustar cada kilómetro, cada minuto, cada pedalada...
Parece que incluso en un día así uno ande mas, y González, cuyos días de gloria sobre las dos ruedas acabaron tan pronto empezó su matrimonio, aún sueña en aquel golpe de pedal, hoy tan lejano como idealizado.
Pero todo lo bueno acaba, y la salida entra en su recta final, aunque dará un pequeño rodeo y subirá ese puertecito que antaño era su base de operaciones en los entrenos pre competición.
Los kilómetros pesan en las piernas, la distancia recorrida sobrepasa en mucho la habitual que realiza González, pero no importa, ese tramo es para disfrutar lentamente del paso del asfalto bajo las ruedas, oxigenar los pulmones en el denso pinar que acompaña a la subida...en definitiva vivir la bicicleta, sentirla.
Un giro a la derecha y en apenas un kilómetro empieza la ascensión. González se percata que no va solo, en el cruce le ha alcanzado otro ciclista, esta circunstancia no disgusta a González  al contrario, piensa que puede ser un buen compañero de subida, un poco de charla, una rueda amiga...pero González se equivoca.
El ciclista pasa altivo a González, ni un saludo, ni un gesto, algo que a González le disgusta. Él siempre ha guardado las formas con los otros compañeros de ruta, le gusta la camaradería ciclista...pero este tipo parece que vaya enfadado con el mundo.
Observa González que el ritmo que mantiene el otro ciclista es el idóneo, si se queda a su rueda va a ir en el punto perfecto entre el esfuerzo, la velocidad y las fuerzas que le quedan...mas deprisa sería un gasto excesivo de unas fuerzas ya casi inexistentes y rodar mas despacio le supondría prolongar la salida un tiempo que no es conveniente para la convivencia familiar.
No hay duda, González se sitúa a la rueda del otro ciclista e intenta dejarse llevar...pero algo con lo que no contaba González va a perturbar los kilómetros que le quedan...
Un hedor insufrible emana del otro ciclista, horrorizado comprueba que es de esa especie ciclista que no sabe lo que es lavar la ropa tras una salida y que llevan la ropa sudada y sucia hasta que ella, por si sola, accede a la lavadora.
Igual que los anillos de los árboles marcan su crecimiento, los cercos de sudor en el culotte delatan al marrano,  González cuenta los días que ese culotte lleva sin pasar por el agua, dos, tres, cuatro...¡¡¡cinco!!! cinco días sin lavar la ropa, cinco días rodando con el mismo culotte, cinco días sudando el mismo maillot...
Y es que González asume que en un pelotón hay quien por razones naturales emana unos aromas bastante desagradables, pero bastante desgracia tiene al que esto le ocurre. Bien distinto es quien por dejadez o simplemente amor a la suciedad, decide castigar al resto con su repugnante olor.
Y ese olor, circulando a rueda, le alcanza de pleno. Ni la presencia del pinar aminora los nefastos aromas del otro ciclista. Incluso el frescor, que siempre acompaña a esta ruta, parece huir...
González decide oxigenarse y adelantar al ciclista, no es lo mas conveniente para sus energías, pero no puede seguir detrás del compañero de ruta.
El adelantamiento parece no agradar al otro ciclista, que tan pronto es adelantado por González  se abre para pasar y recuperar la posición de cabeza... al momento es González quien realiza esta acción y se pone delante...
Comienza un carrousel sin fin donde la velocidad se eleva mas y mas. Ninguno cede, ni quiere ceder...uno por orgullo otro por necesidad.
Pasan los kilómetros, la subida se consume, pero más consumidas están las energías de ambos...
Poco a poco la velocidad desciende, pero siguen en el carrousel, observándose, esperando la muestra de debilidad que les permita atacar al rival y marcharse sin oposición... el instante nunca llega...
Y el ascenso está a punto de concluir, ya solo quedarán unos pocos kilómetros, la mayoría de ellos en claro descenso, excepto un par de ellos que discurren en plano y callejeando. Ninguno ataca, no pueden, exhaustos solo desean acabar esa subida, tan siquiera se miran, circulan en paralelo, uno en cada extremo de la calzada, suerte que esta ruta es muy poco transitada por coches.
Coronan, no hay disputa, no hay vencedor, no hay vencido...solo cansancio, solo agotamiento. Y en estas circunstancias el descenso es mas peligroso, la prudencia debe mandar, así que González deja al otro ciclista que tome ventaja, la velocidad del descenso disipa, en parte, el olor que emana el rival...pero no desaparece.
Por fin, el otro ciclista toma el cruce que le separa de la ruta de González...
Y González toma aire como si en ello le fuera la vida, no le molesta el concentrado de humo compuesto de la combustión del gasoil y la gasolina que se respira entre los coches...y recuerda González que tampoco le incomodó el aroma de los fiemos utilizados como fertilizante en los campos...y tampoco le incomodó el olor de las granjas de la zona sur...solo le molestó el olor del ciclista...

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