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viernes, 16 de mayo de 2014

PEAJES

No se puede viajar siempre con la hora justa....y esto es algo que acostumbraba a ocurrirle a González.
Acudir a la idílica residencia de costa se convertía en una tortura, sobre todo, realizando el viaje en las horas centrales del día...el precio de no madrugar se pagaba (y con grandes intereses) en forma de atasco.
Dos horas para realizar un trayecto de apenas treinta minutos...y además, a pagar peaje...la otra opción era la carretera nacional, pero, al gran rodeo que realiza, se une también el atasco...una ratonera.
En estas tenemos a González atrapado, impotente, en medio de un eterno colapso de amantes de la playa veraniega. No se avanza, todo está detenido, excepto el reloj que marca, inmisericorde, el paso de las horas...unas horas que hoy son mas que valiosas. Es el cumpleaños de "la cuñada" y en la residencia costera aguarda toda la familia política...un planazo.
Hace ya rato que decidió apagar el móvil, las llamadas reiteradas de su mujer casi lo bloquean, cada cinco minutos una llamada, cada tres un sms...
-No llegues tarde
-¿Has comprado la tarta?
-¿Dónde te has metido?
-La comida está en la mesa
...
González sabe lo que le espera, las uñas se están afilando, y desde la distancia, se escucha el chirrido dulce de estas al rozar con la amoladora. El crédito ganado a lo largo de innumerables cenas, comidas, visitas,...con las amistades ajenas, se va a volatilizar inexorablemente con este retraso...
Inmerso en sus lúgubres pensamientos llega el turno de González, el peaje (el de la autopista) le aguarda. Diligentemente baja su ventanilla, rebusca en su cartera la tarjeta de crédito y se dispone a introducirla en la infernal máquina de pago...pero no, no puede, ha separado demasiado el coche y no le alcanza el brazo. El coche de detrás estás casi pegado al suyo, la maniobra se hace imposible, está encajado.
Se desabrocha el cinturón de seguridad y lo intenta nuevamente, como un contorsionista retorciéndose entre su asiento, el volante y la ventanilla...el torso asoma casi en su totalidad por la ventanilla, casi levitando...el sudor empapa a González....por un momento parece alcanzar la mágica ranura, la tarjeta, sujeta en débil pinza por el extremo de sus dedos índice y pulgar, quiere acabar con esta delirante situación...los claxon atruenan los oídos de González.
Pero la tarjeta no entra, cae entre los dedos, impotente, González ve la caída, ralentizada y eterna, oscilando en el aire, prolongando la agonía, si cabe, un poco mas.
Desesperado, sale del coche, mientras un empleado del peaje, que lo ha visto todo, se aproxima...González no acierta ni a recoger la tarjeta del suelo...el empleado le urge a que pague inmediatamente y no retrase mas  al resto de conductores...y González explota.
Agitando los brazos, con la piel casi ensangrentada de rabia, sin poder contener su ira, González se encara al empleado, que asustado decide avisar por walkie a seguridad. Mientras avisa, sin ningún disimulo, decide alejarse del irritado González buscando refugio en una de las garitas de cobro junto a otro compañero.
Avisar a seguridad no es la respuesta mas segura, ya que su primera medida es bloquear la barrera. Ahora que González se dispone a introducir la tarjeta en la ranura, el peaje está bloqueado...
González ya es solo desesperación...repite, vuelve a introducir la tarjeta una y otra vez...y tal como hace esto va perdiendo la poca energía que le queda...se sienta en el bordillo y hunde la cabeza entre sus brazos.
Pero algo deja atónito a González, los conductores que aguardan para pagar han bajado de sus coches y también gritan. Interpretan que González está protestando por la existencia del peaje y se sienten guiados por él...algunos se le acercan y le felicitan, González no entiende nada, está como ido, ni atiende ni comprende...
Sin querer González ha sido la chispa que ha hecho explotar una situación injusta, en un sofocante mediodía de bochorno...la protesta crece, la orda de atascados se dirige  a la garita donde se encuentran los desdichados empleados que no han podido huir...seguridad, desde control central, llama a la policía...que como siempre en estos casos, llega mas para empeorar la situación que para solucionarla.
Mientras, González se ha sentado, abatido, sobre el techo de su coche, así, en alto, viendo la salida de la autopista, tan cercana y tan lejana, en una inmensa soledad en medio de la algarabía.
La violencia se apodera del peaje, policías con porras y escudos contra domingueros armados con botellas de coca cola de dos litros y que lanzan tarteras con tortilla de patatas como única defensa...
Pero para González tal situación es secundaria...él llegará tarde. La bronca familiar será de órdago, el cumpleaños de su cuñada no es precisamente una fiesta para el...pero hoy será, mas que nunca, un tormento.
El tiempo pasa y la situación no mejora, se eterniza.
En medio de sus divagaciones, sentado encima del coche, abrumado, ausente...oye los gritos, los claxon, las sirenas...pero no escucha nada...no hay salida.
La próxima vez irá por la carretera nacional...y tal vez, madrugará...


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